¿Tiene usted tres minutos para hablar de… "Los Amantes Astronautas” y la gran comedia gay que nunca tuvimos?
Marco Berger hace justicia histórica con "Los Amantes Astronautas", la gran comedia gay que se nos negó durante generaciones... y que consigue que quieras enamorarte a golpe de conversación burra.
Hace unos tres años, escribí este artículo sobre “Heartstopper” en el que decía algo que he repetido muchísimo desde entonces: da igual si lo que plantea la serie es verosímil o no (spoiler alert: más bien no), porque lo importante en este caso es su propia existencia como romance adolescente puramente queer, algo que nunca habíamos tenido a un nivel con tanto alcance de audiencia. Muchas han sido las generaciones que han tenido que crecer buscándose a sí mismas en ficciones en las que no se veían representadas, que han tenido que intentar explicar lo que sentían practicando la abstracción y buscando indicios en lo que sentían personajes heterosexuales normativos.
Así que el principal motivo para celebrar “Heartstopper” fue, es y será su acto de justicia histórica al regalarnos algo que esa misma historia había negado a muchas generaciones. Lo que ocurre es que, a algunas de esas generaciones, esta serie nos llegaba un poco tarde porque, a quién vamos a engañar, ya no estamos en edad de ponernos uniforme de instituto (a no ser que sea para algún tipo de juego sexual, cochinas). Por suerte, el acto de justicia histórica que firma Marco Berger en “Los Amantes Astronautas” sí que nos llega justo a tiempo para ser sentido, gozado y abrazado como la gran comedia gay que nunca tuvimos en la época dorada de este género.
Y mira que el humor siempre ha latido en el cine de Berger como una capa subterránea en la que anclar los cimientos de las relaciones de complicidad / curiosidad / amor que abundan en su cine, especialmente en sus mejores películas (mi trío ganador siempre ha sido “Hawaii”, “Un Rubio” y “Taekwondo”). En “Los Amantes Astronautas”, sin embargo, el director lleva ese humor hasta la superficie en un sentido homenaje a las grandes comedias clásicas del Hollywood de los 50 y 60 basadas en diálogos incendiarios en los que mujerones como Doris Day o Katharine Hepburn no tenían pelos en la lengua a la hora de responder al objeto de su deseo. También hay mucho del romanticismo sencillo y directo de las comedias románticas de enredo de los 90 que encumbraron a Meg Ryan y Julia Roberts, entre muchas otras.
Referencias que siempre han formado parte de la identidad básica maricona por mucho que la homosexualidad en ellas únicamente tuviera tres salidas: 1. La inexistencia; 2. La codificación escondidísima en una capa de sentido solo perceptible para el ojo entendido y entrenado; o 3. El secundario que hacía de amigo de la protagonista pero que nunca era concebido como objeto romántico ni mucho menos (¡pero qué te has creído!) sexual. El romance gay solo podía existir en el universo del drama y la tragedia y, más adelante, en el cine de autor en el que se representara en toda su complejidad y profundidad.
Pero, ¿una comedia gay como las de Meg Ryan en la que Meg Ryan fuera un señor enamorándose de otro señor? No lo teníamos. O lo teníamos en intentos de bajo presupuesto y, lo siento, también de escasa calidad. Por eso tiene tanto mérito lo que consigue Marco Berger en “Los Amantes Astronautas” a la hora de abordar un tema que, de hecho, se ha tratado ya mil veces antes (varias de estas veces, por parte del mismo autor): la equívoca y ambigua tensión sexual entre una persona abiertamente gay y un hombre presuntamente heterosexual.
Lo interesante aquí es que, desde el principio, el hetero se permite una preciosa vulnerabilidad (miradas, gestos, acercamientos) que se compagina a la perfección con sus bromas cazurras y cuñadiles. Y que, por su parte, el gay entra en el juego no como víctima, sino a la par que el hetero, burraco y soez, gozón en su disposición a jugar conociendo las reglas del juego. Este victimismo cero resulta refrescante porque implica que el personaje gay tiene el toro cogido por las riendas en la misma medida que el heterosexual. Y que, en contraposición a los abundantes dramones de “gay se enamora de hetero que le destroza la vida”, aquí el toma y daca es puro equilibrio en un diálogo chispeante y brutal a partes iguales.
O a lo mejor es que soy yo el que conecta con esto porque he estado justo ahí con más de un presuntamente hetero (y más de dos y más de tres). Y nunca, absolutamente nunca, he sido esa víctima en la que el cine más dramático se empeña en convertirnos. Más bien he sido boxeador en un combate en el que las hostias son comentarios con retranca y bromas con segunda, y en el que no hubo vencedor ni vencido porque ambos obtuvimos el premio que buscábamos… o no. Si no hubo premio, sin embargo, nadie nos quitó la diversión del combate.
Será por esto, también, que conecto de forma profunda con los brillantes diálogos de “Los Amantes Astronautas” que se van entrelazando en una doble dirección: por un lado, la construcción del lenguaje común a partir de las referencias cinéfilas; por otro lado, la broma lingüística de tintes sexuales que esconde las verdades que cuesta verbalizar. Bromas que van creciendo en intensidad hasta que se les va de las manos a los dos protagonistas… y hasta aquí puedo leer.
Por desgracia, “Los Amantes Astronautas” solo se ha podido ver por ahora en el pasado Fire!! 2025 (la mostra de cine LGTBIQ+ de Barcelona). Así que deberías estar atento a su estreno en pantalla grande o (si no hay suerte) en plataformas de streaming… Porque puede parecer que estemos hablando de una comedia tontísima de los 90, pero una última cosa te digo: a mí me dejó con unas ganas tremendas de aparcar las apps habituales de una vez por todas y lanzarme a la vida real a encontrar a un hombretón (espero que no heterosexual, que esto en verdad hace tiempo que me da un perezón muy tremendo) con el que construir algo, lo que sea, espero que algo bueno, a partir de lo mejor que existe en este mundo, que no es otra cosa que una buena conversación.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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