Mientras me estaba duchando y vistiendo antes de ir al concierto de Rodrigo Cuevas en el Liceu del pasado viernes 22 de marzo, hacía malabarismos con el móvil para conversar con mis amigos sobre qué ropa había elegido cada uno para la ocasión. La cosa estaba reñida entre los que pensaban que había que vestirse para el Liceu (es decir: performar como burguesas para ocultar nuestra condición de proletarias) y los que afirmaban que había que vestirse para Rodrigo (es decir: sacar toda la pluma y el orgullo proletario).
En lo más caliente de la conversación, mi amigo Juanjo dejó caer lo siguiente: “Mira, porque no tenía el humor para armar un buen look, pero he estado a estas de venir en mono de trabajo azul. Maricas proletarias en el Liceu”. Entonces no pude evitar responder: “Yo es que creo que esa es la idea, no? Hacernos pasar por burguesas es muy poco Rodriga. Tenemos que ir encircadas y dispuestas a ocupar con nuestro circo el espacio que las burguesas creen que es suyo por nacimiento”. A lo que, siendo yo lo persona menos coherente del mundo, acabé por añadir: “Dicho esto… voy en polo. Cero encircada”.
Siempre comento lo mismo, pero voy a repetirlo una vez más: en mi humilde opinión, todos los conciertos deberían ser como los de Rodrigo Cuevas. Demasiado a menudo me descubro aburrido en actuaciones de formato clásico en las que, por mucho que me guste la música, siempre me falta un Factor X que me haga estar presente al cien por cien en el momento. El móvil siempre está ahí con su canto de sirena. Pero un concierto de Rodrigo no entiende de aburrimiento y, por el contrario, entiende cómo capturar, doblegar y subyugar tu atención. El artista equilibra perfectamente los temazos con los monólogos y, en ambos casos, el abanico de emociones se abre de forma exuberante para transitar de la euforia a la tristeza, del baile a la melancolía, del hedonismo a la conciencia contestataria.
Este show fue una especie de culmen de una trayectoria en la que, poco a poco, ha ido puliendo su propuesta en directo hasta convertirla en una piedra preciosa. Digo más: lo que vivimos en el Liceu fue, simple y llanamente, histórico. No puede definirse de otra forma. Rodrigo Cuevas nos hizo cantar, saltar, bailar, reír y llorar. Rodrigo Cuevas hizo el primer striptease de la historia del Liceu y nos animó a que hiciéramos lo mismo y le tiráramos nuestras prendas de ropa. Rodrigo Cuevas hizo un dueto sorpresa con una Maria Arnal que apareció de la nada entre el público y nos puso los pelos de punta. Rodrigo Cuevas hizo un concurso televisivo con sus músicos. Rodrigo Cuevas se lo pasó pirata con sus bailarines. Y, tal y como ya he dicho, Rodrigo Cuevas hizo historia.
Pero hubo un momento que fue especialmente emotivo. De hecho, también fue inesperado. Y es que, cuando el concierto se acercaba a su tramo final pero estaba claro que todavía le faltaba un rato para acabar, el Liceu al completo se vino arribísima en una ovación que duró una (merecida) eternidad. No recuerdo ninguna otra vez en mi vida en la que me hayan dolido las palmas de las manos de tanto aplaudir. Sobre el escenario, Rodrigo aguantaba el tipo (“Si él se pone a llorar, yo me pongo a llorar”, advirtió mi amigo Edu) mientras nos miraba a nosotros y escrutaba la sala de abajo arriba y de arriba abajo con orgullo.
Porque, al fin y al cabo, Rodrigo sabía que aquella ovación iba por él, obviamente, pero también sabía que era una especie de catarsis en la que el público expresaba sin palabras pero con aplausos una idea concreta: “Estamos aquí, somos un puñado de maricones y bolleras y desviados y proletarios, y hemos ocupado un espacio como el Liceu. Ahora es nuestro por derecho propio”. Por eso, mientras Cuevas nos miraba, muchos hicimos lo mismo y empezamos a mirar a nuestro alrededor, hacia los palcos en las alturas. Ese aplauso también era para nosotros.
El escalofrío era inevitable y te recorría el sistema nervioso como una especie de conciencia de clase transmutada en electricidad. Porque, a veces un artista es mucho más que un artista. A veces, un artista consigue articular su discurso y su música y su performance para ser altavoz y amplificador del sentir de una comunidad. Y eso es precisamente lo que Rodrigo Cuevas confirmó ser en un escenario tan alucinante como el del Liceu.
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