¿Tiene usted tres minutos para hablar de… David Lynch y por qué nunca morirá?
Es inevitable estar tristes por la muerte de David Lynch... Pero también hay que estar alegres porque, pasen los años que pasen, su cine siempre será redescubierto, reivindicado y, sobre todo, gozado.
Hace unos días, estaba viendo la nueva temporada de “RuPaul’s Drag Race” y me sorprendía que una jovencísima concursante describiera su drag poniendo sobre la mesa todo conjunto de referencias entre las que se encontraba David Lynch. Entonces, me dio por pensar… Qué fuerte que, cuando yo era joven, una vez pasado el éxito masivo de “Twin Peaks”, el apellido de Lynch era una referencia ampliamente conocida pero estrechamente limitada al sector cinematográfico más duro.
Claro que películas como “Carretera Perdida” o “Mulholland Drive” fueron éxitos de taquilla. Pero es que estamos hablando de otra época en la que el cine de autor se veía agraciado por presupuestos amplios y vendía un buen número de entradas. Las suficientes entradas, al fin y al cabo, para (sin llegar al nivel de los blockbusters) asegurar la continuidad de algunos directores que, como David Lynch, consiguieron aprovechar la coyuntura del momento para grabar su nombre a fuego en la grupa de la historia del cine.
Aquellos tiempos me pillaron en la universidad estudiando precisamente Comunicación Audiovisual, una carrera absurda en la que el 99,9% de los estudiantes se paseaban por los pasillos de la facultad con ínfulas de director de cine. Será por eso que Lynch nos ayudó en algo que necesitan todas las generaciones en el momento de dar el paso de la adolescencia a la vida adulta: crear un lenguaje propio y un universo de referencias que les ayuden a resignificar el mundo que han heredado.
Ahí está lo interesante. Para mis amigos y para mí, David Lynch no era un director: era un lenguaje. Cuando ibas a casa de alguien y te preguntaban “¿quién es?” a través del interfono, a veces era inevitable hacer la broma de “Dick Laurent está muerto”. Y, en pleno revival de lo goticoso a finales de los 90, el baile del enano de “Twin Peaks” en La Habitación Roja era a lo que aspirábamos todos cuando íbamos a clubs oscurillos. Sin ironía. Era el epítome de lo cool.
Incontables son las horas que pasamos discutiendo sobre el significado de la fuga psicogénica en “Carretera Perdida” o la relación entre sueño y realidad en “Mulholland Drive”. Estas fueron las dos películas que me pillaron precisamente en la época de la universidad… Pero, desde entonces, David Lynch me ha acompañado como lenguaje, como obsesión y, sobre todo, como modelo de lo que un artista debe ser.
Porque está claro que el ya mencionado éxito de “Twin Peaks” hizo pedazos el panorama televisivo de los 90 para reconstruirlo y demostrar que otros mundos eran posibles dentro de aquella pantallita. Lo que ocurre es que, antes, nadie se había atrevido a imaginar esos mundos, a derribar los muros de lo preestablecido y, sobre todo, a confiar ciegamente en la inteligencia de un espectador al que, hasta entonces, se había tratado mayormente como ente pasivo (y altamente estúpido).
Si Lynch no se hubiera atrevido a pensar fuera de la caja (siendo la caja aquí la propia televisión), más que probablemente yo tendría una visión del audiovisual mucho más reduccionista. Mucho más limitada. Mucho más triste. Porque este hombre no solo me regaló imágenes destinadas a obsesionarme en la adolescencia (el cadáver de Laura, la masculinidad bonachona del Agente Cooper, Bob alimentando mis pesadillas, el baile sensual de Laura y Donna, el rostro diabólico del padre de Laura…) y en la entrada a la vida adulta (la carretera oscura iluminada por los faros del coche en “Carretera Perdida”, el viaje en tractor de “Una Historia Verdadera”, el Club Silencio en “Mulholland Drive”…), sino que sobre todo me ofreció el marco, la posibilidad y la capacidad de ponerme delante de pelis y series con una mirada más libre.
Por si fuera poco, el director regresó a la televisión en 2017 con una última temporada de “Twin Peaks” en la que demostró que, más allá de las barreras que había derribado con la serie en los 90, seguían existiendo otras barreras listas para ser derribadas. ¿A quién se le podía ocurrir incluir una explosión nuclear de 20 minutos (de la que, obviamente, no puedes apartar los ojos) en una serie de televisión? Solo a David Lynch en un desafío en forma de guante lanzado contra la cara del mainstream que, por desgracia, todavía nadie ha recogido para dar continuidad al camino allá abierto.
Llegados a este punto, tendré que mencionar el (hombre) elefante en la sala: escribo estas líneas escuchando el “Floating Into The Night” de Julee Cruise (sí, soy así de básica) en la tarde del viernes 17 de enero, justo un día después de que David Lynch muriera a los 78 años de edad. Y estoy triste. Claro que estoy triste. Pero también recuerdo que, hace unos días, (repetimos,) estaba viendo la nueva temporada de “RuPaul’s Drag Race” y me sorprendía que una jovencísima concursante describiera su drag poniendo sobre la mesa todo conjunto de referencias entre las que se encontraba David Lynch. Y entonces ya no estoy tan triste.
Porque esta anécdota de “Drag Race” me obliga a pensar que David Lynch sigue vivo y seguirá vivo pasen las generaciones que pasen. Porque lo que creó es tan grande, tan importante, tan revolucionario pero a la vez accesible, que no va a perder su luz pasen los años que pasen. Su cine está destinado a ser redescubierto y, sobre todo, gozado por las nuevas generaciones.
El director con el pelazo más alucinante del mundillo cinematográfico ya no es feudo exclusivo de los cinéfilos pajillero, sino que es y será reivindicado por una gran variedad de espectadores entre los que se incluyen drag queens y cualquier persona dispuesta a dejarse tocar por la belleza perturbadora de eso que se mueve entre las sombras y que casi nadie se atreve a mirar de frente. David Lynch no lo miró de frente: le puso una cámara delante y lo inmortalizó para siempre. Será por eso por lo que ese es precisamente el espacio que está destinado a habitar: el “para siempre”.
¿Tiene usted más de tres minutos?
Entonces puede interesarte…
Esta columna de opinión en la que me pregunto qué hacemos con Instagram después de las decisiones de Mark Zuckerberg para Meta… ¿Es el momento de abandonar esta red social?
Mi “Haciendo Scroll” de la semana pasada, en la que lo de Ethel Cain pidiendo que se asesinen más CEOs y lo de la estafa de Brad Pitt fueron excusas para gozarlo con una recopilación de titulares VERDADEROS sobre Zuckerberg.
¿Quieres más textos sobre David Lynch? En la Rockdelux no se han marcado uno, sino dos.
Y, si prefieres el formato audiovisual, ojito a este homenaje de Thomas Flight.
Los discos más esperados de 2025 según Pitchfork. Es que sí.
La primera serie de Pixar totalmente original se titulará “Win or Lose”… y tiene pintón.
La nueva colección de JORDANLUCA sorprende menos que las anteriores, pero sigue teniendo un buen puñado de looks tremendos.
La gente ya está sobreanalizando el tráiler de la Switch 2 para intentar desentrañar cómo será el próximo “Mario Kart”.
El primer tráiler de “Daredevil: Born Again” me eriza todos los pelitos del cuerpo. (En parte, porque Charlie Cox me pone bastante burro.)
Mentiría si dijera que no estoy living con el shippeo de Mr. Eggman y el Agente Stone en “Sonic 3”, película que no planeaba ver pero que ahora ansío que se estrene en streaming.
La amenaza de quiebra de la editorial ECC es muy triste, aunque muchos digan que se veía venir.
Lotta Volkova sigue definiendo la estética del futuro… esta vez con un libro junto a Michella Bredahl.
Los creadores de “The Witcher” tienen un nuevo proyecto de vampiros que ya tiene toda mi atención.
Los desnudos de Andy Warhol me parecen una buena excusa para volver a Nueva York. Por desgracia, soy pobre.
Bienvenidos a La Era de Harris Dickinson.
Las fiestas de lectura son la actividad social que necesito para este 2025.
¡Tías, que “Color Julay” ha vuelto con su quinta temporada!
¿Es el ODD CLUB mi nueva fiesta favorita de Barcelona? Va a ser que sí. Y la próxima edición en La Paloma va a ser cosa fina.
Vaya, el homenaje a Lynch que me hubiese gustado escribir y nunca escribí!
Tengo que decir que como ex-estudiante de Comunicación Audiovisual, Lynch tenia una jauría de detractores y de defensones en la universidad, siempre era interesante discutir cualquier tontería de cualquiera de sus obras. Lo cual me parece algo único, pocos autores generaban tanta discusión, buena o mala. Y eso también es parte de su legado.