¿Tiene usted tres minutos para hablar de… “Last Christmas” y de la felicidad navideña?
Dos veces en un único día, el "Last Christmas" de Wham! aterriza en mi vida para marcar el inicio de la Navidad... y para abrir la tapa de una caja repleta de recuerdos festivos bien calentitos.
Escribo estas líneas el lunes 23 de diciembre a media mañana desde una cafetería en la que se palpa el jolgorio navideño, y no solo porque en los amplios ventanales brillen estrellas luminosas y en el resto del local abunden los detalles en verde (pino) y rojo (cinta para envolver regalos). La disfrutonería festiva se siente en el trajín, en las conversaciones a rebosar de sonrisas, en el ambiente relajado que solo es posible cuando tanta gente está ya de vacaciones y tiene el cuerpo predispuesto para las celebraciones que están por venir.
Para mí, la Navidad empezó ayer domingo cuando mi madre me envió una serie de vídeos que me mataron de amor. El primero era un plano de dos platazos repletos de rosquillas y pestiños cubiertos con confeti multicolor de chocolate. (Por cierto, me encanta que mi amigo Juanjo, cuando le explico esto, me diga que por fin entiende de dónde sale mi afición a hacer postres festivos en las festividades que no toca, porque hace un mes le sorprendía que preparara galletas de hombre de jengibre en Halloween cuando son claramente navideñas y, ahora, mi madre se dedica a preparar rosquillas y pestiños en Navidad cuando presuntamente son de Semana Santa.)
Pero sigo… El vídeo dura 40 segundos y en él no pasa nada pero pasa todo, porque mi madre se dedica a acercarse y alejarse de los platos mientras de fondo suena “Last Christmas” de Wham! a toda pastilla y ella canta alegremente chapurreando en inglés como lo chapurreábamos todos en los 80. Es decir, con una macarronería que es lo mejor del mundo. Lo divertido es que, a continuación, y probablemente movida por el espíritu navideño, mi madre se viene arribísima y me envía dos vídeos más, uno de un minuto y medio y otro de 15 segundos, en los que se marca un tour por la casa para mostrarme la decoración navideña que encontraré cuando vaya a mi pueblo para celebrar las fiestas.
En cierto momento, se troncha ella sola, aparta el teléfono, hace algo fuera de cámara y vuelve a grabar exactamente lo mismo mientras explica: “ahora bien, que estaba la puerta del baño abierta”. Como si sus palabras fueran un hechizo de brujilla blanca que lanza sobre su hijo para borrarle la memoria. Todo ello acompañado de nuevo por el trío de voces formado por George Michael, Andrew Ridgeley y Mi Santa Madre. Y así lo digo: este fue mi inicio de la Navidad. Y fue glorioso.
Porque, más que probablemente, año tras año, la Navidad empieza para mí la primera vez que escucho el “Last Christmas” de Wham! Al fin y al cabo, es un temazo realmente tremendo que nunca envejece y que, cada vez que llega a mis oídos, consigue abrir la tapa de esa cajita en la que guardo tantos y tantos recuerdos de toda una vida de Navidades. Muchos de esos recuerdos, por cierto, incluyen a mi madre cantando macarrónicamente por encima de la canción, aunque sus looks (y los míos y los de toda mi familia) van cambiando desde el fuerterío movideño de los 80 a la elegancia a lo “Falcon Crest” de los 90 al prep de los primeros 2000 y así por todas las tendencias del nuevo siglo.
Es escuchar los primeros compases de “Last Christmas” y mi nariz se ve invadida inmediatamente por el olor de la casa de mi infancia. De la casa de mi abuela. De las casas de mis tíos. Escucho a mi madre cantar la canción junto a mi padre, trenzando su macarronería lingüística con toneladas de amor. Contemplo a tíos y primos e invitados random alrededor de mesas colosales. Veo a mi abuela corriendo arriba y abajo en su cocina diminuta lidiando con una olla gigantesca repleta de sopa con galets. Escucho a mis tíos cantando villancicos y charlando y riendo y, dado que somos una familia andaluza, también peleándose por encima de una mesa en la que no cabe más comida. Me siento abrazado por el cariño de años y años y años y más años de abrazos familiares cuando la última campanada de Fin de Año empieza a desvanecerse pero todavía no he acabado de masticar las doce uvas.
Y lo que más me emociona es pensar que, a medida que voy haciéndome viejo, “Last Christmas” sigue añadiendo recuerdos a esa cajita que volverá a ser abierta en años futuros. El más reciente se corresponde a ayer por la noche, cuando fui con mi amigo Juanjo (sí, el mismo ponefaltas que he mencionado más arriba) a ver el show navideño que Marina ofrecía en el Candy Darling. Justo antes de que empezara el espectáculo, se nos unió mi amigo Miguel, que llegaba directo de debutar cantando en el Palau de la Música junto a su coro y que venía aceleradísimo, impulsado por una ilusión que se extendía a su alrededor como la onda expansiva de una bomba atómica.
Entonces, después de marcarse momentos históricos como su propia versión del “Moi… Lolita” en catalán (cambiando “Lolita” por “Marina”) o un escalofriante homenaje a Marisa Paredes cantando “Un Año de Amor” de Luz Casal, Marina decidió cerrar su show precisamente con “Last Christmas” de Wham! mientras levantaba al público de sus sillas para que todos nos uniéramos bailando y cantando. Y bailamos. Y cantamos. Y Miguel estaba pletórico y exultante en su contagiosa felicidad. Y Juanjo se soltó un poquito (o un muchito) meneándose estilosamente en su eterna elegancia. Y yo fui muy pero que muy feliz al sentir que, sí, la Navidad había empezado. Y que había empezado precisamente en las mejores compañías: mi madre y mis amigos.
Porque, por si quedaban dudas al respecto, debes saber que esta es mi forma de decirte que espero que tengas una Feliz Navidad. Y que, con “Last Christmas” como banda sonora o no, también espero que estas fiestas te traigan millones de recuerdos preciosos. Recuerdos que te abrumen en futuras Navidades igual que a mí cada año me abruman los recuerdos de Navidades pasadas cuando escucho cantar a Wham!
¿Tiene usted más de tres minutos?
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Es que además, Last Christmas es un maldito temón.