¿Tiene usted tres minutos para hablar de… las malas costumbres y Alana S. Portero?
Llevaba desde antes del verano con un FOMO de la hostia en lo que respecta a “La Mala Costumbre” de Alana S. Portero. Basta con haber pasado en redes tres segundos en los últimos meses para haberse topado con un caudal de opiniones que señalan a este como el gran libro del año… Y lo cierto es que, tras sucumbir a la presión social y leerme la novela en un suspiro, entiendo no solo el hype, sino sobre todo la importancia capital que este libro tiene y va a tener en la comunidad LGTBIQ+.
Porque “La Mala Costumbre” de Alana S. Portero es una y solo una, pero resulta que es una mala costumbre imperdonable: la de haber crecido mujer trans en un barrio obrero de la periferia de Madrid en una década tan ajena a la realidad trans como la de los años 80. Su novela rompe el corazón en su tramo inicial, el que aborda una infancia de encerrarse en el lavabo para, en la intimidad, permitirse ser la persona real que late por debajo de la performance que debe montar día tras día para no espantar a su propia familia. Destroza el alma con el retrato de una niña que se ve atraída y a la vez espantada por los referentes de la vida que quiere pero no quiere vivir. Enamora con un primer amor exprimido en toda la libertad que permitía el tiempo de su adolescencia. Esa es “La Mala Costumbre” de Alana S. Portero.
Pero todos los que formamos parte de la comunidad LGTBIQ+ hemos tenido, tenemos y tendremos malas costumbres. Ser un niño afeminado, ser una niña marimacho, mostrar interés por juguetes y cuestiones que (presuntamente) no tienen nada que ver con tu sexo de nacimiento, ser prematuramente sexual y sensual, sentirte diferente a aquello que el mundo a tu alrededor espera de ti y, de alguna forma u otra, te impone… Yo mismo pasé una breve fase de amaneramiento en la adolescencia que fue cercenada en seco cuando, en una comida familiar, alguien me preguntó “¿por qué hablas como una chica si eres un chico?”. Yo mismo viví una sexualidad prematura que me llevaba a experimentar en la oscuridad lejos de la mirada adulta que sabía que nunca entendería lo que estaba haciendo para, una vez de vuelta a la luz, sentirme culpable por haber hecho algo que se suponía que los niños de mi edad no hacían.
Son malas costumbres que siempre intentarán corregir en nosotros, ya sea de forma directa (el castigo) o indirecta (los comentarios inconscientes que se adhieren a la piel de un niño que conscientemente decide cambiar de comportamiento). Y, si bien el libro de Alana S. Portero ha sido alabado por la belleza y verosimilitud con la que retrata la infancia y la juventud queer, he de reconocer que lo que más me ha impresionado es precisamente la valentía con la que la autora practica la elipsis salvaje justo después de que la protagonista sufra una agresión tránsfoba. Basta una elipsis para borrar por completo los años y años que siguen a esa agresión hasta que la persona que la ha sufrido consigue salir poco a poco del pozo y volver a tomar las riendas de su vida.
Me interesa por la efectividad con la que Alana sublima este recurso literario. Y me interesa también, sobre todo, por lo que tiene de reflejo directo de lo que cualquiera que se haya sentido diferente, ya sea dentro o fuera de la comunidad LGTBIQ+, seguro que ha sufrido alguna vez en su vida. A cualquier escala. No es necesaria una agresión violenta para que una persona decida recluirse en su interior, cerrar puertas y ventanas, apagar las luces y, por puro instinto, dedicarse a vivir ajena a un mundo exterior que ya se ha codificado como un peligro. No es necesaria una herida que sangra para que también decida vivir ajena a sí misma.
La LGTBIQfobia ha dejado y sigue dejando muchos cadáveres a su paso. Y va siendo hora de que dejemos de permitir que la fobia contra nuestras malas costumbres se cobren tantos y tantos cadáveres de las personas que pudimos ser pero que ya nunca seremos. Porque nadie nos va a devolver el tiempo perdido mientras nos recluíamos dentro de nosotros mismos por pura supervivencia. Pero, sobre todo, nunca más vamos a permitir a nadie que nos enseñe buenas costumbres.
¿Tiene usted más de tres minutos?
Entonces puede interesarte…
Este artículo sobre “La Mesías” en el que me pregunto si el mal final de la serie desmerece todos sus logros.
Esta reseña del “Something To Give Each Other” de Troye Sivan que es la mejor reseña de un disco que he escrito en mucho tiempo.
Mi “Haciendo Scroll” de la semana pasada, que no solo se hace eco de la actuación de Rosalía en los Grammy y de el Apocalipsis de los datáfonos, sino que sobre todo deja claro que me he enganchado a “Operación Triunfo”.
Esta edito de Borja Terán sobre la moral en el periodismo.
Esta reseña de “Tiburón Blanco” de Genie Espinosa, que es el cómic que más ganas tengo de leer ahora mismo.
Esta Boiler Room de Overmono que es la fiesta.
Este “Arsénico Caviar” contra la seriedad que hace que me avergüence de no haber escuchado antes esta maravilla de podcast.