¿Tiene usted tres minutos para hablar de… “Ex Maridos”, exnovios, exfamiliares y examigos?
Sobre mimar las relaciones con aquellos a los que amamos independientemente de si son parejas, familia o amigos.
“Padre, amigo, exmarido”, reza el epitafio de una tumba en “Ex Maridos”, la película de Noah Pritzker. Una película, por cierto, de la que esperaba una comedia graciosa con coartada maricona pero que verdaderamente es una heredera directa de Alexander Payne. Lo que no es poco.
El mencionado epitafio tiene gracia y, a la vez, es rotundamente esclarecedor a la hora de establecer las coordenadas de un film que retrata a varias generaciones de hombres que intentan encontrar sentido a su vida como “Ex Maridos” resignificando los lazos con la familia (padres e hijos) y con los amigos. Una nueva masculinidad que asume la liquidez de las relaciones amorosas e intenta salir a flote en el tsunami emocional de la modernidad usando los lazos afectivos con familiares y amigos como tabla de salvación.
Suena fatal, lo sé. Pero la película funciona especialmente bien gracias a lo entrañable de sus personajes y a un humor ligeramente misántropo, tan Payne. También muy a la manera de Payne, los padres, hijos y amigos de “Ex Maridos” acaban apoyándose en un momento en el que la vida les golpea, les zarandea y, permitidme el guiño a “Los Que Se Quedan”, les deja atrás.
Pero por lo que realmente me interesa este film es porque me hace pensar en dos cosas complementarias y, a la vez, contradictorias. Por un lado, aprecio este discurso que siempre he defendido: en un panorama relacional en el que todos estamos abocados a ser exmaridos y exnovios, es necesario diversificar nuestro esfuerzo hacia otros lazos que nos garanticen estabilidad y paz de espíritu.
A este respecto, es interesante una escena en la que el protagonista, invitado incidental de una despedida de soltero, hace un brindis en el que insta a su hijo y a sus amigotes a conservar su amistad. Porque la necesitarán. Queda implícita aquí cierta tristeza de todas esas generaciones de hombres heterosexuales que, en cuanto fundaban una familia, en cuanto se convertían en maridos, perdían de vista a los amigos. La tristeza y el desamparo de ese hombre al que le falla el plan de vida en pareja y, de repente, mira a su alrededor y solo encuentra en total soledad.
En otra escena, es el hijo el que recita un poema en un funeral recordando que la muerte implica la desaparición del cuerpo, pero también la posibilidad de seguir vivos a través del recuerdo de aquellos a quien quisimos y quienes nos quisieron. Ya sean estos nuestros familiares, amigos o incluso exparejas. Es puro cliché, pero también es profundamente cierto. El amor es la llave hacia la trascendencia de la mortalidad… Y esta es una sensación mágica, casi mística, que a veces rozad con la yema de los dedos cuando compartes ciertas vivencias con aquellos a los que amas.
Este primer concepto habla, por lo tanto, de algo tan necesario como establecer lazos duraderos más allá de la tradicional pareja a la que el sistema social heterosexual siempre concedió una importancia crucial (y, si me preguntas a mí, absurda). Pero, por mucho que sienta una sintonía honesta con este concepto, también me parece que está sembrado con un segundo concepto contradictorio más problemático.
Y es que, en el despecho contra aquellos que nos convierte en exmaridos y exnovios, lo que hace la película de Pritzker es caer en la trampa de traspasar el idealismo de un punto (la pareja) a otro cercano (la familia, la amistad). Como si la familia y los amigos no te pudieran fallar nunca. “Ex Maridos” parece decirte que la forma de dejar de sentir dolor por haber sido convertido en eso, en exmaridos, es apostarlo todo a la casilla de las relaciones que nunca se romperán, como la familia y la amistad. Y esto es igual de tóxico que pensar que una pareja te va a durar toda la vida.
Hay casos en los que la familia te hace más mal que bien y, por lo tanto, lo mejor que puedes hacer es convertirte en exhijo o exhermano (dos términos tan aparentemente locos que el autocorrector insiste en borrármelos de este texto). Y, de la misma forma, hay amistades que, precisamente porque todos cambiamos a lo largo de nuestras vidas y transitamos diferentes fases, de repente pasan de ser beneficiosas a convertirse en un foco de infección del que mejor es huir.
Y que nadie me malinterprete: no estoy diciendo que tengamos que asumir que las relaciones familiares y amistosas son tan líquidas como las amorosas en el contexto actual. Aunque lo son. Porque también son relaciones amorosas (aunque esto daría para otra newsletter).
Lo que digo más bien es tendríamos que luchar por todas aquellas relaciones que nos den felicidad, independientemente de si son parejas, familia o amigos. Pero que no deberíamos forzar ni pretender que ninguna de estas relaciones sean eternas, mucho menos dando por supuesto que unas son más válidas o más seguras que otras. Alimentarlas, sí. Atesorarlas, siempre. Mimarlas, tolrato. Pero no cometamos el error de hacer un cambio de ídolos a los que adorar. Porque ya hemos pasado por esto, y la cosa nunca acaba bien.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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