¿Tiene usted tres minutos para hablar de… “Los Destrozos” de Bret Easton Ellis y la construcción de nuestra identidad?
"Los Destrozos" de Bret Easton Ellis es una mentira dentro de una mentira dentro de una mentira... que te obliga a reflexionar sobre cómo construir una identidad real dentro de tanta mentira.
He tardado lo mío en leer “Los Destrozos”. Exactamente, he tardado dos años. Y no es que le hubiera perdido la pista a Bret Easton Ellis, ni mucho menos, sino que más bien había perdido cierto interés en una visión de la literatura que fue revolucionaria en el cambio de siglo pero que pareció perder su capacidad de impacto a medida que nos íbamos metiendo de lleno en la era de la sobreinformación en internet y la sobresaturación en redes sociales. La era de la insensibilización a través de la sobrexposición.
Aun así, no podía pasar por alto la insistencia con la que, desde la publicación de esta novela, muchas voces la han señalado no solo como un regreso triunfal del mejor Bret Easton Ellis, sino también como uno de los libros más relevantes de los últimos años. Ahora entiendo por qué. Para empezar, porque “Los Destrozos” es una barra libre de “embotamiento” vital, existencial, emocional… pero también narrativo. La misma atrofia de “Menos Que Cero” pero cristalizada en forma de una narración fragmentada en micro-pedazos que hacen que la lectura sea precisamente un “embotamiento” en el que pasas a través de las cosas más intensas sin que estas te toquen. Algo que aplica tanto a los protagonistas como al lector, ambos anestesiados de formas diferentes: los protagonistas con drogas, el lector con el estilo del escritor.
También hay mucha grandeza en el alucinante triple retrato que Bret Easton Ellis rubrica de forma magistral. El primero es el retrato del puente que va de los 70 a los 80, o lo que es lo mismo: del intersticio temporal en el que se construyeron los 80 venerados culturalmente desde hace ya algunas generaciones. Además, “Los Destrozos” es un fascinante retrato de la casta intocable de Los Ángeles (es decir: el germen de la pesadilla yuppie de “American Psycho”). Y, para rizar el rizo, incluso es un retrato certero de la psique paranoica de la era de las sectas y los asesinos en serie que solo fue posible en un panorama pre-tecnológico.
Ahora bien, más allá del “embotamiento” y de los múltiples retratos contenidos en “Los Destrozos”, lo que no puedo quitarme de la cabeza tras girar la última página de la novela es más bien cómo Bret Easton Ellis riza el rizo para conquistar un relato escurridizo en un valle de mentiras. Porque, de entrada, puede parecer que esta novela va sobre cómo el asesino en serie conocido como El Arrastrero ronda tanto al protagonista como a sus amigos. Pero el thriller criminal y sádico es tan solo una excusa pluscuamperfecta para explorar otra cosa.
Y esa otra cosa es una complejísima muñeca rusa en la que un protagonista llamado Bret vive una mentira (como gay armariado que cuenta los días hasta que acabe el instituto y pueda huir a algún lugar en el que vivir su homosexualidad de forma más abierta) dentro de una mentira (el grupito de amigos populares y ricos al que pertenece: dos parejas formadas de cara a la galería, ya que una está en descomposición y la otra está formada por un gay, Bret, que solo está con una chica, Debbie, debido al estatus que esta le proporciona tanto en el micro-grupo del instituto como en el macro-grupo social) dentro de una mentira (el panorama social de ricos y famosos en el que se mueven Bret y sus amigos) dentro de una mentira (Hollywood, eterna fábrica de ficciones) dentro de la gran mentira final (el propio libro).
Es esta mentira final lo que eleva “Los Destrozos” a un nivel estratosférico e inalcanzable para la media de autores contemporáneos. Porque Bret Easton Ellis ha vuelto para dominar y escupir en la boca del género por excelencia de la última década: la autoficción. Al fin y al cabo, el protagonista se llama Bret y la novela se centra en las vivencias en primera persona del autor. Bret (el personaje) construye su identidad haciendo malabares, sabiendo que nada verdadero puede crecer en un campo minado de mentiras. A la vez, sin embargo, entra en el juego… Y eso contamina todo el libro hasta el extremo de que el lector nunca sabe (ni sabrá) qué hay de cierto o de ficción en estas páginas.
Bret Easton Ellis se pasa el juego de la autoficción descuartizándola y volviendo a ensamblar sus partes sangrantes usando el hilo de sutura de la metaficción. Pero lo más interesante es que, al final de todo, lo que pretende ser un retrato nostálgico de una época en la que no había móviles ni redes sociales (el mismo autor ha confesado que una de sus escenas favoritas es una en la que el protagonista llega al cine 20 minutos antes de que empiece la película y simplemente se sienta y se pone a pensar mirando la pantalla en blanco) acaba resonando poderosamente en la era de las redes sociales. Porque, en serio, ¿no nos han condenado las redes sociales a vivir una mentira dentro de una mentira dentro de una mentira dentro de una mentira?
Después de leer “Los Destrozos”, no puedo evitar pensar que esta construcción imposible de una identidad honesta dentro de una mentira que nos convierte en actores de cara a la galería tiene mucho que ver con la experiencia de crecer como persona queer en cualquier época. Esto es una obviedad y no me voy a alargar más en ello por mucho que haya sido uno de los aspectos que más he disfrutado. Prefiero centrarme en la certeza de que lo que se describe en la novela resuena poderosamente en la actualidad de una sociedad que nos anima a construir una personalidad exitosa en redes. Porque, si no existes en redes, simplemente no existes. Y si no tienes éxito en redes, simplemente eres un fracasado.
Pero, ojo, porque esta novela de Bret Easton Ellis nos advierte que construir una identidad en un campo de mentiras implica la creación de un espacio oscuro perfecto para que proliferen los monstruos… Y que creer que las redes sociales del presente nada tienen que ver con Los Ángeles de los 80 del siglo pasado es igual de peligroso que vivir en Los Ángeles de los 80 creyendo que tu estatus de niño rico te protegía de ser víctima de la psicosis de la época. Spoiler alert: ser un niño rico de los 80 no te protegía de la neurosis. Y creer que “Los Destrozos” solo habla de los lejanos 80 no te protege de la psicosis actual.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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