¿Tiene usted tres minutos para hablar de… mi primer Mendicutti, Chispas?
Que no hubiera leído todavía a Eduardo Mendicutti tiene mucho de malentendido. En mi cabeza, Mendicutti era el autor de la novela en la que se basó “Los Novios Búlgaros” y, a su vez, esta película de Eloy de la Iglesia encarnaba cierta parte de la cultura gay del cambio de siglo con la que no me sentía demasiado identificado. El cliché de gay con pluma y promiscuo que pierde la cabeza por los chaperos eslavos era, fundamentalmente, el tipo de gay que yo no quería ser cuando tenía 20 años. Porque, visto en perspectiva, era yo medio gilipollas sin saberlo todavía.
Por suerte, el tiempo pondría las cosas en su lugar. Y por “cosa” aquí entendemos “Raül a los 20 años”. Poco a poco, la reivindicación de la cultura maricona se fue filtrando en mi vida y, en pleno 2024, un poco espoleado por el lanzamiento de la colección de ensayos “Yo No Tengo La Culpa De Haber Leído A Mendicutti” (que me guardo para un poquito más adelante), decidí que era el momento de empezar a leer a este escritor. Después de preguntar a amigos y conocidos que me aseguraban que podía empezar por donde quisiera porque toda su obra era una maravilla, escogí “El Ángel Descuidado” como mi primer Mendicutti, Chispas. (Perdón por la referencia viejuna que solo entenderán aquellos que crecieron en los 80.)
Me bastaron cincuenta páginas para decidir que Mendicutti será una de mis nuevas obsesiones literarias. De forma similar a lo que me ocurrió con Manuel Puig hace un par de años cuando encadené la lectura de “El Beso de la Mujer Araña” y “Boquitas Pintadas”, el universo literario de Eduardo se ha abierto delante de mí repleto de coloridas promesas de abundantes lecturas futuras capaces no solo de hablarme de tú a tú, sino de obligarme a replantear quién soy desde unas páginas que son espejo hiperrealista. Cero deformación de la imagen.
Y es que en las primeras cincuenta páginas de “El Ángel Descuidado” lo que ocurre, fundamentalmente, es que el protagonista recuerda los inicios de su primer amor con Nicolás Camacho mientras ambos convivían en un internado católico con la idea de formarse como futuros curas. Más allá del marco en el que despierta este amor, lo realmente interesante es la forma en la que se despliega esta seducción mutua en la que ambos empiezan insultándose públicamente el uno al otro en los momentos en los que los estudiantes ponen en voz alta las “faltas” de sus hermanos. Si esto no ocurriera en 1965 sino ahora, podríamos hablar perfectamente de “shade”.
Poco a poco, sin embargo, la superficie de los comentarios malévolos va resquebrajándose y, a través de sus grietas, va fluyendo la realidad de una atracción mutua. ¿Cómo no sentirte inmediatamente apelado por estas primeras cincuenta páginas que capturan de forma magistral cómo solemos ligar los maricones? Joder, ¡si incluso uno de mis exnovios estuvo en la agenda de mi teléfono durante mucho tiempo como “CEJAS” porque la noche que nos conocimos le dije que le iba a guardar así, en referencia a su atributo más visible, para acordarme de él! Curiosa forma de ligar.
Todos conocemos esos inicios de insultos a rebosar de gracejo que siempre han sido la única arma con la que los maricas hemos podido batallar en la trinchera de lo social: a la vista, pero también a escondidas. Trabajando un subtexto que la otra persona pueda reconocer si resulta que vibra en la misma frecuencia que nosotros. Lo que solemos simplificar como radar gay pero que es mucho más complejo de lo que pensamos. Eso es lo que Mendicutti encapsula en tan solo 50 páginas: la cultura maricona a su máxima potencia.
El resto de “El Ángel Descuidado” no se queda atrás y, al final, me subyuga porque el autor parece escribir desde el interior de la cabeza más maricona posible, esa cabecita que transita constantemente desde el humor más refinado y tronchante al dramaqüinismo más autoconsciente. Sin términos medios. La bipolaridad marica por excelencia que nos define mucho más que la pluma, la promiscuidad o el gusto por los chaperos eslavos. Esto es, precisamente, lo que me ha enganchado profundamente a Mendicutti y lo que hace que me arrepienta profundamente de no haber empezado antes con él por culpa de los prejuicios de aquel Raül de 20 años que era un poco imbécil.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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