¿Tiene usted tres minutos para hablar de… a los que la vida deja atrás?
“Los Que Se Quedan” va de tres personas que, en la Navidad del año 1970, se quedan en un internado masculino americano mientras el resto de alumnos, profesores y trabajadores marchan a pasar las fiestas con sus seres queridos. Ellos son un profesor al que nadie soporta, un alumno brillante pero problemático que no acaba de llevarse bien con ningún compañero y una cocinera autoritaria y arisca.
Si atendemos al argumento, está claro que “Los Que Se Quedan” es una acertada traducción del título original (“The Holdovers”) de la nueva película de Alexander Payne. Obviamente, los tres personajes se quedan en el internado mientras el resto del mundo se lanza de cabeza a las celebraciones navideñas. Y, sin embargo, mientras me removía en la butaca del cine durante los títulos de crédito, no podía dejar de pensar que, más que “Los Que Se Quedan”, este film debería titularse “A Los Que La Vida Deja Atrás”.
Al fin y al cabo, ninguno de estos tres personajes se queda por decisión propia. El Profesor Hunham, que ha sido castigado por no haber aprobado al hijo de un padre ricachón especialmente generoso con el internado, vive encerrado en la residencia después de que su paso por Harvard se viera truncado por una trampa de nepotismo. Angus Tully, el alumno, ha sido abandonado por una madre que prefiere irse de luna de miel con su nuevo marido. Y Mary Lamb, la cocinera, decide quedarse en el internado porque es lo único que le une al recuerdo de su hijo, recientemente fallecido en la Guerra de Vietnam.
A uno le ha dejado atrás el mundo profesional, a otro le ha dejado atrás el entorno familiar y a la última le ha dejado atrás la muerte de un ser querido. A los tres, en definitiva, ha sido la vida la que les ha dejado atrás. Y es que no es lo mismo “Los Que Se Quedan” que “A Los Que La Vida Deja Atrás”, porque quedarse en cualquier lugar (físico, temporal o mental) implica una voluntad propia mientras que, si la vida decide dejarte atrás, poco importa tu voluntad.
Pensaba en todo esto al acabar la película de Payne porque creo que este es el motivo por el que resulta imposible no conectar con ella de forma íntima y visceral. A todos nos han dejado atrás en algún momento u otro de nuestras vidas. Sentir que te dejan atrás es, de hecho, una de las múltiples formas en las que forjamos nuestra identidad.
Yo, de pequeño, no podía evitar sentir que la masculinidad me dejaba atrás, muy atrás, en un rincón del patio de colegio en el que me negaba a jugar a fútbol o a cualquier otro juego que estuviera ahí para reforzar mi pertenencia al club macho. De adolescente, sentía que había sido dejado atrás por todos los compañeros de instituto que ya estaban jugando al juego del emparejamiento, algo que yo no podía hacer a la vista de los demás. En la universidad, me frustraba pensar que me había quedado muy por detrás de todas esas personas de las que leía constantemente y que estaban dando forma a una escena cultural que yo quería vivir en primera persona pero que solo tenía permitido otear desde la lejanía periférica. En muchas ocasiones he sentido que la vida, el sexo, el amor, el trabajo o la amistad me dejaban atrás. Es inevitable.
Sentir que la vida me dejaba atrás siempre ha sido un petardo en el culo para moverme hacia delante. Pero tengo que agradecer que, en mi camino, tan importante como ese petardo en el culo, ha sido la presencia de ciertas personas maravillosas que no han dudado en encender la mecha para hacerme avanzar a base de impulso explosivo. De forma recíproca, quiero pensar que siempre he intentando hacer lo mismo cuando he visto que la vida dejaba atrás a alguien a quien quiero.
Eso es lo que “Los Que Se Quedan” retrata tan bien: cómo a los que la vida deja atrás pueden y deben encontrarse para, juntos, hacer piña, hacer familia y darse fuerza y ánimos y razones para seguir adelante. Porque, cuando la vida te deja atrás, lo que más necesitas es gente que te quiera y te comprenda y te arrastre y te impulse hacia delante. Gente que te meta un petardo por el culo y encienda la mecha.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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