¿Tiene usted tres minutos para hablar de… todo lo que le sobra a “Dune: Parte 2”?
Unas semanas antes de ver “Dune: Parte 2”, decidí preparar el terreno revisitando la entrega inicial de la saga dirigida por Denis Villeneuve. Y, sorprendentemente (o no), resulta que me impresionó infinitamente menos que la primera vez.
Al fin y al cabo, recuerdo perfectamente decirle a todo el mundo que “Dune” era una película que había que ver en el cine, porque era precisamente en la sala oscura con pantallote y sonidaco (la adjetivación heterobásica va a abundar en este texto, sorry) donde se apreciaban mejor sus virtudes. Más todavía si tenemos en cuenta que salíamos de una pandemia que casi nos había hecho olvidar qué era eso de gozarlo en un cine.
Un visionado casero reveló que, sin pantallote y sonidaco, la cosa se quedaba a medio gas. Mucho peor: las costuras estaban a la vista y, de repente, lo que era magnánimo y épico en la gran pantalla, se revelaba basculante entre la bravuconería gratuita y el misticismo barato. Pero, aun así, seguía funcionando. Dicho de otra forma: fui a IMDB y, al ver que en su momento le había dado un 9, le bajé la puntuación a un muy notable 8. Que tampoco está mal.
Al fin y al cabo, la gran mayoría de elementos que me habían fascinado en un primer visionado, seguían ahí:
Un protagonista, Paul Atreides, al que las dudas, los dramas y las visiones abocan a cierta delicadeza de comportamiento.
Una idea de poesía visual forjada en silencios y susurros.
Un espacio narrativo vacío y ambiguo en el que prolifera el misterio más magnético.
Una relativa variedad de escenarios que van desde los verdes escoceses de Caladan hasta un desierto de Arrakis que, de hecho, muestra caras tan diversas como la ciudad de Arrakeen o el desierto puro y duro.
Un equilibrio pluscuamperfecto entre las escenas de acción testosterónica y una serie de oasis de paz en los que eso, la paz, puede estar preñada de muchas otras emociones: tensión, drama e incluso terror.
En este último punto tengo que mencionar dos de mis escenas favoritas de “Dune”: la de “mete la mano en la caja y no preguntes” y, por encima de todas las cosas, la muerte del Barón Leto Atreides con el cuerpo desnudo de Oscar Isaac en una especie de última cena que evoca poderosamente las formas de la pintura renacentista. Podría añadir los Sardaukar descendiendo desde las alturas en absoluto silencio en la emboscada final a Paul y su madre, porque es otra secuencia que vibra en una frecuencia muy similar a las dos anteriores.
Pero entonces llegamos a “Dune: Parte 2”… y tengo que reconocer que, aunque la vi en lo que era un lugar tan privilegiado como la sala Phenomena de Barcelona, se me hizo cuesta arriba. A partir de la hora y escasos minutos, empecé a mirar el reloj repetidamente porque quería que se acabara. Y, aunque sería incapaz de afirmar que es una mala película porque eso sería mentir, sí que puedo comentar que me aburrió soberanamente.
Y me aburrió porque lo mejor de la primera parte, el equilibrio mencionado en el último punto de la lista de más arriba, desaparece por completo de tal forma que a los oasis de paz ni se les ha visto ni se les espera. Tan solo queda la acción testosterónica. Y precisamente por eso a “Dune: Parte 2” le sobran todo un conjunto de cosas como por ejemplo:
Un protagonista, Paul Atreides, que de repente es un macho alfa heteruzo que se ha venido arribísima en su papel de elegido. (Nadie se cree tus dudas, Paul. Deja de fingir ya, estúpida.)
Peña gritando “¡Lisan Al Gaib!” tolrato.
BRRRRROOOOOOOOMMMM, GRRRUUUUUUUMMMM, ZUUUUUUUMMMMMM… y trescientas variaciones más de este mismo sonido con el volumen a toda pastilla.
¡Lisan Al Gaib!
Desierto, desierto y más desierto.
Confirmación de que, sí, por si te quedaban dudas, ya no hay misterio alguno y Paul es el elegido… ¡Es el puto Lisan Al Gaib, joder!
Todavía más desierto.
Una escena en blanco y negro sin venir a cuento.
Javier Bardem intentando hacerse el gracioso en unas salidas de tono que parecen un sketch de “Saturday Night Live” más que “Dune”.
Los Harkonnen gritando también en otro idioma más agresivo si cabe.
Una poquita más de desierto.
¡¡¡¡LISAN AL GAIB, HIJOS DE PUTA!!!!
Y ya está. No tengo nada más que añadir, la verdad. Así de frío me dejó “Dune: Parte 2”… por mucho que yo fuera con la esperanza de volver a sentir lo mismo que en la primera parte.