¿Tiene usted tres minutos para hablar de… días perfectos y komorebi?
Hace unos años, la batería de mis auriculares inalámbricos empezó a colgarse y a morir cuando menos lo esperaba. Yo era de esas personas que se ponen los auriculares en cuanto salen de casa y se los quitan al volver, pero aquel defecto de funcionamiento me obligó a recorrer las calles, a ir en metro y a hacer la compra, entre muchas otras cosas, con los oídos bien abiertos. Me hizo recordar lo mucho que siempre me había gustado satisfacer mi instinto cotilla escuchando el mundo a mi alrededor… Y, desde entonces, suelo salir de casa sin auriculares pero con la atención a plena potencia.
Hace unos meses, me cambié el móvil y, al segundo día de tenerlo, casi le rompo la pantalla por culpa de llegar estresado al gimnasio e intentar cambiarme de ropa a la velocidad del rayo. Aquella tontería me hizo replantearme que, en verdad, tampoco hay ninguna necesidad de ir siempre estresado y de hacer las cosas cuanto más rápido mejor, fragmentado el tiempo en una serie de rodajas minúsculas en las que meter cuanta más actividad mejor. Así que me calmé. (Por lo menos, un poco.)
Esta reflexión me llegó justo cuando acababa de leer “Walkaway”, un libro de Cory Doctorow en el que un grupo de chavales antisistema le declaran la guerra al turbocapitalismo. Uno de sus descubrimientos más revolucionarios resulta ser que el sexo no es pero debería ser lo más anticapitalista que existe. Porque el capitalismo es el culto al dinero y el dinero, en verdad, es tiempo. (Piénsalo: el capitalismo te entrega una cantidad concreta de dinero a cambio de un tiempo invertido en el trabajo, lo que establece una relación de equivalencia en la que dinero = tiempo y en la que puedes decir, literalmente, que tu PS5 te ha costado 17 horas de tu tiempo.) El sexo, si no lo metes en una rodaja de tu tiempo previamente fragmentado, tiene una capacidad mágica de hacer desaparecer el tiempo y, por lo tanto, convertirte en alguien improductivo de cara al capitalismo. Desde aquel momento, he aplicado lo dicho en el sexo… y en muchas otras cosas.
Es curioso cómo, de un tiempo a esta parte, la vida, el tiempo, el sexo se han ido filtrando en mi existencia a través de grietas causadas por fallos en el muro de la tecnología. Unos auriculares estropeados, un nuevo móvil… En todo esto pensaba cuando se encendieron las luces de la sala de cine en la que había visto “Perfect Days” y se reveló que todavía quedaban bastantes personas en sus butacas. Suelo quedarme hasta el último crédito precisamente porque es mi momento de reflexionar sobre lo que he visto. Me encanta. Pero también suelo salir totalmente solo de la sala… Y, si no ocurrió esto en la nueva película de Wim Wenders, solo puede significar que ha transmitido su mensaje con éxito.
Me explico. El protagonista de “Perfect Days” es un señor japonés que trabaja limpiando retretes en Tokyo. Lo hace con reverencia y, sobre todo, lo hace con abundantes paradas para observar cómo el cielo se filtra a través de las ramas de los árboles. En sus ratos libres, escucha música en cassette o lee libros que compra en saldos. Por lo menos, hasta que un conjunto de sucesos dejan al descubierto un pasado doloroso que obliga a pensar que la vida contemplativa ha sido una decisión voluntaria tanto como una vía de escape.
Tras los títulos de crédito, Wenders incluye un plano del sol filtrándose a través de las hojas acompañado de un texto que explica el significado de la palabra “komorebi” (“La luz del sol que se filtra a través de las hojas de un árbol”). Puntualiza, además, que la luz filtrándose a través de las hojas crea un patrón que nunca es igual y, por lo tanto, es única cada vez que la miras. Es por eso por lo que el protagonista se deleita tanto contemplándolas… Y es por eso por lo que acabas “Perfect Days” convencido de que así es como deberías enfrentarte a absolutamente todo lo que te ocurre en la vida: como si fuera la primera y la última vez que te va a ocurrir. Que lo vas a ver. Que lo vas a escuchar. Que lo vas a disfrutar.
Así que es mejor disfrútalo con calma.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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