¿Tiene usted tres minutos para hablar de… “Peter Von Kant” y de los hombres que destruyen aquello que aman?
Sobre cómo la película de François Ozon es una invitación a vivir la vida como si fuera una obra de teatro: en todo su exceso.
La primera vez que vi “Peter Von Kant”, me quedé completamente obsesionado y un poco trastornado con la canción titulada “Doch Jeder Tötet, Was Er Liebt” que canta el personaje de Sidonie (interpretado por Isabelle Adjani). La letra es, en verdad, un extracto de la “Balada de la Cárcel de Reading”en la que Oscar Wilde escribió:
“Cada hombre mata lo que ama.
Los unos matan con su odio,
los otros con palabras blandas;
el que es cobarde, con un beso,
y el de valor, con una espada.”
Ya en aquel momento, estos versos se me revelaban como la mejor síntesis de una película que precisamente va de eso: de cómo cada hombre mata / destruye aquello que ama. Pero, bueno, por si hay alguien que no sepa de qué va “Peter Von Kant”, voy a intentar resumir en tan solo unas líneas la locura que supone la existencia de esta película en la que François Ozon coge “Las Amargas Lágrimas de Petra Von Kant” y la reescribe para hacer lo que Rainer Werner Fassbinder no se atrevió: ponerse a sí mismo (a Fassbinder, se entiende) como el protagonista absoluto, aquí rebautizado como Peter Von Kant e interpretado por Denis Ménochet.
Ozon demuestra un pulso magistral a la hora de traer hasta la superficie todo aquello que en el film original estaba oculto. Empezando, claro está, por la problemática y casi sadomasoquista relación del protagonista con su asistente Karl (un nada camuflado Peer Raben, compositor de las bandas sonoras del director y antiguo asistente), que se pasa todo el film escribiendo a máquina lo que a mí me gusta fantasear que es el guion de “Las Amargas Lágrimas de Petra Von Kant”.
Pero, sobre todo, Ozon resignifica aquí la tortuosa historia de amor de Peter con un actor al que impulsa desde la nada hacia la fama y que acaba apuñalándole traperamente. Todo apunta a que el Amir de “Peter Von Kant” vendría a ser un reflejo de El Hedi ben Salem, el protagonista de la icónica “Todos Nos Llamamos Ali” de Fassbinder. Al fin y al cabo, incluso Peter deja caer casualmente que el apellido de Amir es ni más ni menos que ben Salem.
Pero este juego de espejos infinitos en el que una película es vaciada de su significado original para habitarla con la historia real que la inspiró se eleva un peldaño más hacia la excelencia cuando Ozon añade dos nuevas capas de lectura... Por un lado, se abre un diálogo metacinematográfico sobre el proceso creativo y cómo algunos artistas necesitan quemarse con las brasas de la existencia para luego reconducir esa intensidad hacia sus propias películas. O libros. O lo que sea.
Ahí está Peter, mucho más abierto a dialogar con las colosales fotos de Amir antes que con el propio Amir. O, sobre todo, esa imagen final del director deshecho en lágrimas “tocando” la imagen de su amante a través del haz de luz que expulsa el proyector tristemente. Porque a Von Kant no le interesa su amante real, sino los efectos y estragos que la existencia del amante ha causado en su vida.
Este tipo de rollos meta, sin embargo, solo cautivan a los directores y a los pajilleros como yo… Es por eso por lo que me resulta tan estimulante que, en mi segundo visionado de “Peter Von Kant” (en pantalla pequeña esta vez), lo que se haya quedado conmigo sea más bien la segunda lectura que se extrae de la sublime e hipnótica secuencia en la que el protagonista baila borracho al son de “Comme Au Theatre” de Cora Vaucaire.
Porque, en aquel primer visionado, ya me fascinó que Ozon convirtiera su película en una verdadera celebración de la mariconería: el hedonismo autodestructivo, el egocentrismo exagerado, la relación problemática con madres y divas y mujeres de todo tipo y, sobre todo, ese vivir la vida como si el mundo entero fuera la platea que está ahí para comer palomitas mientras se regodea en tu tragicomedia.
“Peter Von Kant” es un magistral monumento marica, sí, pero sobre todo es una apuesta por vivir la vida como si fuera una obra de teatro. En technicolor. Con gestos afectados y grandilocuentes. Con una banda sonora que encienda tu corazón. Mandando a la mierda la corrección política y el postureo. De cara a la galería y abrazando el exceso, porque el exceso es la puerta de acceso a todo aquello que merece la pena vivir aunque sepas que, al final de todo, tendrás que matar / destruir lo que amas. Es ley de vida. Pero ese asesinato encenderá una llama en tu corazón que demostrará que, a diferencia de tantos otros, tú estás vivo.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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