¿Tiene usted tres minutos para hablar de… añorar a alguien que ya no está?
Hace un par de meses, aproximadamente, sonó el telefonillo de casa mientras trabajaba a media tarde. Me sorprendió porque lo habitual es que suene por las mañanas, que es cuando hay reparto de cartas y paquetes. Igualmente, me levanté, descolgué, dije “¿sí?” de forma mecánica y, al otro lado, desde la calle, un hombre preguntó por una mujer que obviamente, no era yo. Pareció decepcionado cuando confirmé que nadie con ese nombre vivía en mi casa… Pero, unos días después, exactamente a la misma hora, sonó el telefonillo y volvía a ser el mismo hombre preguntando por la misma mujer.
Esta segunda vez, sin embargo, no caí en la cuenta de que estaba preguntando por la misma persona. A partir de la tercera vez, empezó a mosquearme. Y a la cuarta ya respondí con un “aquí no vive nadie con ese nombre” bastante borde. Lo mismo ocurrió las siguientes veces. Siempre a la misma hora, algunos minutos después de las seis de la tarde. Y, una vez alcancé el máximo de mi mosqueo, directamente me enfrenté al hombre preguntándole por qué venía cada cierto tiempo a hacer la misma pregunta. “Ya, lo siento”, me respondió con una desolación que me descolocó por completo y que disipó mi enfado inmediatamente.
Obviamente, pasados algunos días, el telefonillo volvió a sonar a las seis de la tarde y supe que era él. Esta vez, le pregunté directamente por qué seguía viniendo a preguntar por alguien que ya le había dicho repetidamente que no vivía aquí… “Era mi madre, que vivía en este piso hace tiempo”. El mazazo en el corazón fue tan grande que solo pude balbucear algo como “pues, lo siento, pero ya no vive aquí”. Quería ser empático, pero creo que la respuesta me salió cortante como el filo de una navaja, porque el hombre murmuró “ya, lo siento” y se fue corriendo.
A principios de la semana pasada, volvió a sonar el telefonillo a la seis de la tarde. Y esta vez estaba determinado a que el hombre comprendiera que puede contar con toda mi compasión y comprensión. Le pregunté directamente si podía ayudarle, y me respondió: “Ya sé que mi madre no está, porque murió hace tiempo. Pero a veces paso por aquí cuando vuelvo del trabajo y no puedo evitar picar y preguntar por ella para ver qué pasa”. De nuevo, no supe qué responder y lo único que me salió fue un vago “lo siento”. “No, lo siento yo”, susurró antes de desaparecer una (por ahora) última vez.
Tras esta última conversación, me quedé totalmente destrozado y consternado por las dudas. Teniendo en cuenta que ya hace cinco años que vivo en mi piso y que, por lo tanto, tiene que hacer mucho más tiempo que su madre no vive aquí… ¿Por qué le está costando tanto hacer las paces con la muerte de su madre? ¿Estará bien este hombre? ¿Qué debió ocurrir para que siga teniendo la esperanza de que, de repente, un día, quien responda al telefonillo no sea yo, sino su madre?
Curiosamente, estoy viendo “Feud: Capote vs. The Swans” y siento escalofríos con la belleza macabra de las escenas en las que Truman charla e incluso baila con el espíritu de su madre. Y mi obsesión actual sigue siendo pensar y repensar “Desconocidos”, que fundamentalmente es una peli de fantasmas en la que un hombre gay adulto visita recurrentemente una casa encantada con la intención de hacer las paces con los espectros de sus padres fallecidos en un accidente.
Yo no he sufrido una gran cantidad de muertes directas en mi vida. Tan solo una, pero fue realmente devastadora. El fallecimiento de mi padre cuando yo tenía 30 años creó un agujero en mi existencia con el que sigo batallando… En esa batalla, los hábitos y las liturgias (como la de este hombre que viene a picar a mi telefonillo) son de gran ayuda.
Me pongo “Carrie & Lowell” de Sufjan Stevens siempre que echo de menos a mi padre porque “Fourth of July” son las palabras que yo nunca pude escribir. Y, cada 1 de noviembre, visito junto a mi madre el lugar en el que esparcimos sus cenizas porque me da paz de espíritu sentir que, de esta forma, mantenemos su presencia viva. A lo mejor eso es lo que intenta hacer el hombre: mantener vivo el espíritu de su madre a base de tesón e ilusión.
Porque, al fin y al cabo, cada uno hace las paces con sus muertos de la forma que puede. Y lo único que podemos hacer el resto es intentar ayudar en la medida de lo posible.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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