¿Tiene usted tres minutos para hablar de… “Súper Sara” y el arte de los cuentacuentos?
Muchas son las razones para enamorarse de la serie documental "Súper Sara" de Valeria Vegas... Pero lo que a mí me ha enamorado especialmente es su canto de amor al arte de los cuentacuentos.
No es para nada casual que Valeria Vegas haya elegido la canción “Súper Sara” para titular a la serie documental de tres episodios que ha dirigido para HBO Max. Al fin y al cabo, ese superlativo le viene que ni pintado a la intención de la directora de reivindicar la figura de Sara Montiel y resignificarla como el mito que es. Una resignificación necesaria porque, para muchas generaciones, Montiel no es ni la actriz de belleza deslumbrante ni la polivalente cabaretera de infinitos dones, sino una estrella caída que la televisión de principio de siglo se empeñó en convertir en fantocha y pelele al que apalear con crueldad y ensañamiento.
“Súper Sara” puede circunscribirse, entonces, en la reciente ola de resignificación de grandes mujeres maltratadas por la historia que ha tomado el caso de Britney Spears como plantilla a seguir y reproducir. En nuestro país, por ejemplo, Juan Sanguino la está siguiendo y reproduciendo de forma brillante con divas como Mónica Naranjo (en su libro “Apriétame Más Fuerte”) o Mar Flores (en su podcast “Delirios de España”). Y así también lo hizo la misma Vegas en su anterior serie documental sobre la actriz “Nadiuska”.
En esta ocasión, sin embargo, Valeria es fiel al título de la serie a la hora de trazar el camino de la superheroína sin dejarse ninguna de sus fases: desde el imprescindible “Origins” en un pueblo manchego del que sale escopeteada aprovechando un empujoncito del destino hasta su aterrizaje en Sudamérica primero y después en EEUU, donde es celebrada como una de las actrices más bellas de la Edad de Oro de Hollywood. Le sigue su reconversión en cantante de musicales y reina del cabaret, imponiendo a las canciones un ritmo sensual y una peculiar forma de cantar ajustada a la perfección tanto a sus capacidades vocales como a su ineludible sensualidad.
“Súper Sara” no se olvida de la mujer enamorada, la madre frustrada, la buena amiga, el animal social… En definitiva, la transgresora que vive la vida en sus propios términos pese al escrutinio constante de un ojo público obsesionado con las buenas maneras y la moral conservadora. Además, por suerte, Vegas no elude la responsabilidad de abordar aquella época en la que la televisión española se empeñó en convertirla en un hazmerreír, por mucho que Saritísima emergiera de las cenizas una y otra vez como un Ave Fénix absolutamente “marvelous”.
En el tramo final de su último episodio, la serie acaba poniendo las cartas sobre la mesa y el glorioso plantel de entrevistados (Alaska, Norma Duval, Loles León, Bibiana Fernández, Boris Izaguirre, Chelo García Cortés, Supremme de Luxe, Sharonne…) lo dice a las claras: España trató muy mal a Sara Montiel en sus últimos años, e incluso la enterró sin la gloria que una figura como la suya merecía. Ahí está la valía de “Súper Sara”: en regalarle a las nuevas generaciones una memoria que probablemente le faltaba. Una memoria necesaria para entender que Sara fue, es y será uno de los grandes mitos de la cultura de nuestro país.
Ahora bien, si hay algo por lo que me he enamorado especialmente de esta serie, es por darme acceso a otra cara de Montiel como una persona que no tenía ni una pizca de vergüenza a la hora de explicar historias evidentemente inverosímiles. No pude evitar troncharme de risa cuando algunos de los invitados explicaban que, entre las batallitas favoritas de Montiel, estaba aquella vez que se sorprendió ante el vozarrón de su criada en Hollywood para acabar descubriendo que era la mismísima Barbra Streisand (antes de hacerse famosa); o, sobre todo, aquella ocasión en la que un avión en el que viajaba se estrelló en medio del mar y tuvo que escapar a nado tras romper la ventanilla al lado de su asiento. “Pero si tú no sabes nadar, Sara”, le podía cuestionar alguien. “Me dije a mí misma: si tienes que aprender a nadar algún día, Sara, ha de ser hoy porque tienes que sobrevivir. Y aprendí a nadar”, respondía ella.
Estas historias me parecen una fantasía porque están en peligro de extinción. Vivimos un presente en el que se exige una coherencia eterna que no contempla la posibilidad de la rectificación o el cambio (“si en 2013 dijiste esto en Twitter, eso significa que sigues pensándolo”). Un presente en el que las redes sociales actúan a modo de archivo documental (“si no está en redes, no existe”) al que recurrir para desmentir historias que puedan ser mentira. Un presente en el que el concepto “estrella” agoniza porque los stories de Instagram obligan a los famosos a una retransmisión 24/7 que precisamente mata el misterio sobre el que se erigían los mayores mitos del pasado, aquellos que veías una vez cada tres meses en una entrevista o una aparición pública y que sabían que el espacio vacío que el fan tiene que rellenar es tan importante como los sueños que alimentas con cada una de tus apariciones.
Estas historias de Sara Montiel también me parecen una fantasía porque obliga a una suspensión de la verosimilitud que se realiza de forma mucho más que gustosa en pos del placer último, que no es otro que disfrutar con el cuento del cuentacuentos. Curiosamente, en estos tiempos obsesionados con el “storytelling”, cada vez hay menos espacio para este tipo de cuentacuentos. Se imponen las historias contadas con declaraciones de entrevistados que aporten realidad y toneladas de citas de ensayos, estudios y otros artículos que aporten profundidad. ¿Pero quién carajo aporta aquí la fantasía?
“Súper Sara” me ha hecho reflexionar sobre la certeza de que soy una persona a la que le encanta explicar historias. Las voy perfeccionando de oyente a oyente y, no lo voy a negar, hay veces que traiciono a la realidad para conseguir una risa, una sorpresa, un golpe de efecto. Porque de pequeñito estaba obsesionado con un libro que tenía un cuento para cada día del año y allá aprendí que los cuentos eran una forma de hablar de la realidad a partir de la fantasía. Me doy cuenta ahora, tantos años después, de que nunca quise ser periodista, sino cuentacuentos. Y de que anhelo secretamente (bueno, ya no tan secretamente) que, en el futuro, aunque solo sean mis amigos, me recuerden como Súper Raüla.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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