¿Tiene usted tres minutos para hablar de… “Kinds of Kindness” y las pruebas de amor?
Sobre "Kinds of Kindness" y cómo Yorgos Lanthimos te obliga a reconocer que las "pruebas de amor" son un concepto perverso que solo funciona en el cine.
Hay ocasiones en las que te está gustando una película y, de repente, una única escena te eleva por los aires y consigue que pase de gustarte a directamente encantarte. La secuencia de “Kinds of Kindness” en la que esto me ocurrió fue la que cierra el primer relato de los tres que componen el nuevo film de Yorgos Lanthimos. Una escena en la que, tras un abrazo de trieja, uno de los personajes se levanta y se pone a cantar “How Deep Is Your Love?” de los Bee Gees en un teclado eléctrico. Justo en ese momento, no pude evitar pensar que el título de la peli tendría que ser “Proof of Love” en vez de “Kinds of Kindness”.
Pero, para entender esto, a lo mejor es necesario explicar que Yorgos se ha marcado una cinta de larga duración (¡casi tres horas!) que contiene un total de tres relatos cortos escritos a cuatro manos junto a Efthimis Filippou, el mismo guionista de “Canino” y “Alps”. Es decir, que Filippou es una pieza creativa fundamental en la construcción de lo que a día de hoy se identifica tan fácilmente como el Estilo Lanthimos: subversión de las normas sociales y morales imperantes, personajes peculiares y extraños, diálogos incómodos que le buscan las costuras al poder del lenguaje, brotes de violencia tratados desde la sobriedad, difuminación de los contornos de los géneros cinematográficos, poderosas metáforas y tramas alegóricas.
Toda esta maquinaria vuelve a funcionar a plena potencia en las tres historias que se integran en “Kinds of Kindness”. En la primera, un tipo que vive una existencia totalmente dirigida por otro hombre (una clara celebración de las estructuras de poder sadomasoquistas como patrón para cualquier otro tipo de relación humana) pierde el favor de su “amo” e intenta recuperarlo demostrándole su lealtad / amor. En la segunda, un policía duda que la mujer que ha vuelto de una expedición en la que la dieron por muerta sea su esposa, así que acaba llevándola al extremo haciéndole peticiones con las que demuestre su entrega / amor. En la tercera, una fanática de una secta quiere demostrar desesperadamente su fe / amor hacia los líderes del culto encontrando y entregándoles a la mesías que buscan.
Poco más voy a revelar de las tres tramas de “Kinds of Kindness” porque, como ocurre con el resto de la filmografía de Lanthimos, en el twist loquísimo está el placer. En esta ocasión, además, el placer también está en tres cierres de los relatos que redefinen el concepto “final feliz” por la vía de los grises morales. Pero este tema daría para otra newsletter.
Lo que sí que voy a decir es que la película me parece una disfrutonísima disertación sobre los límites del amor en cualquier tipo de vínculo sexoafectivo. En pantalla, es inevitable gozar con los impactantes regalos (memorabilia de famosos con toque truculento) con los que el “amo” agasaja al “siervo”, pero también con el ofrecimiento final con el que el “siervo” demuestra su amor hacia el “amo”. De piedra te quedas cuando el marido pide a su esposa que cocine algo especialmente macabro con lo que probar su sinceridad. Y tan despendoladas son las lágrimas que los líderes de la secta regalan a sus súbditos como la ofrenda en forma de mesías que la acólita caída en desgracia pretende entregar para reafirmar su pertenencia al culto.
Lanthimos y Filippou son infalibles a la hora de poner sobre la mesa este tipo de locuras que te obligan a preguntar: ¿no hay algo intrínsecamente problemático en un concepto que tenemos poderosamente normalizado en nuestra vida cotidiana, en este caso las mencionadas “pruebas de amor”? Nos las venden en las canciones, en las pelis, en los libros, en los cómics y hasta en los videojuegos. Se han convertido en moneda de cambio común en unas redes sociales en las que exhibir estas “pruebas de amor” parece un esfuerzo menos dedicado a la persona a la que va dedicada la prueba y más dirigido a consolidar la parroquia de followers.
Pero, si lo pienso, siempre que en mi vida se ha materializado el concepto de “prueba de amor”, nunca ha sido en términos tan fascinantemente cinematográficos… Hay quien intentó demostrarme sus sentimientos agasajándome a base de carísimos regalos que no eran más que la forma más baja de “prueba de amor”, aquella que cree que el amor es más grande cuanto más dinero inviertes en él. Hay quien me exigió prueba de fidelidad alegando que “si no me dejas ver tu móvil, es porque tienes algo que ocultar”. Hay quien me pidió que probara mi amistad dedicándole más tiempo a esa persona que a otras que le caían mal, y quien me exigió lealtad intentando que forzara a mis amigos a tener en consideración a alguien que pasaba desapercibido para ellos.
Spoiler alert: todas estas “pruebas de amor” acabaron mal y las personas ligadas a ellas ya no están en mi vida. Será porque ninguna de estas “pruebas de amor” fueron tan sofisticadas como las de la película de Lanthimos. O será, más bien, porque el concepto de “prueba de amor” solo puede funcionar en un universo tan jodidamente perverso como el del Yorgos.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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Entonces, lo único que puedo y quiero hacer es darte las gracias más sinceras por haber llegado hasta aquí. Esta es la última newsletter de una primera temporada con un total de 38 entregas que he disfrutado como si no hubiera un mañana porque me ha abierto la posibilidad de hablar de todo lo que me gusta desde un lugar sincero, directo y subjetivo. Pero no me entretengo más porque no te quiero entretener más. Lo último que diré es que, en septiembre, más. Y que gracias por todo.