¿Tiene usted tres minutos para hablar de… el cocinero que quiero ser?
Cocinar significa algo diferente para cada persona. Hay para quien es una necesidad, un hobby, un gusto, una dificultad, un suplicio… A mí, cocinar me da la vida. Al fin y al cabo, trabajo en casa y me paso todo el día delante del ordenador. Así que, cuando llega la hora de comer, ponerme a trastear alimentos y sartenes me proporciona un espacio mental en el que refugiarme por completo lejos de los pensamientos laborales. Y, claro, después también está el puro goce de comer, de descubrir nuevos sabores, de repetir viejas recetas que te reconfortan por pura nostalgia, de probar nuevas técnicas… O el placer supremo: cocinar para personas a las que quieres.
Desde que mi madre me enseñó a preparar una bechamel que se convertiría en la primera preparación que dominé con poco más de diez años, no he dejado de cocinar nunca. Me obsesiona. Será por eso que tengo la opinión impopular de que, si te gusta la Thermomix, no te gusta la cocina. Son incompatibles. Pero este es un melón a abrir en otra newsletter… Porque el melón de hoy va de que, en los últimos meses y gracias a dos libros de cocina en concreto, me he dado cuenta de que, con los años, no solo ha ido cambiando el tipo de cocinero que soy sino, sobre todo, el tipo de cocinero que quiero ser.
Esta última apreciación no es mía, sino de Andy Baraghani, el autor de “El Cocinero Que Quiero Ser”. Su libro se abre con un total de diez normas de oro como “Cocina lo desconocido” (algo que me tomo a rajatabla no solo obligándome a utilizar ingredientes nuevos en cuanto tengo ocasión, sino también forzándome a cocinar como mínimo una nueva receta cada semana), “Sé organizado” (algo que, de nuevo, le debo a todas aquellas veces que mi madre me repitió que “no es mejor cocinero el que limpia mejor, sino el que ensucia menos”), “Olvídate de tanto cacharro” (un deber cuando siempre has vivido en pisos con cocinas minúsculas) o la mejor de todas y que suele olvidar tanta gente: “Pruébalo todo”. Lo jodido es cuando, como yo, probarlo todo significa que practicas lo de “dos cucharaditas para la olla… y una para el cocinero”. Y acabas con el estómago lleno antes de sentarte a la mesa.
Entre estas diez normas, hay una que me hizo reflexionar especialmente: “No te compliques”. De verdad, no lo hagas. No hace falta. Y lo digo yo, que pasé mi época Ottolenghi en la que creía que, si una receta tenía menos de 37 ingredientes y 49 especias, no merecía la pena probarla. Pero que, con el tiempo, he ido priorizando esta simplicidad de la que hace bandera Baraghani y que me ganó desde las primeras páginas de su libro. (Bueno, que la introducción se abra con la frase “Cuando era más joven, este chaval persa y gay estaba convencido de que acabaría siendo el próximo Al Pacino” también ayudó.)
Lo interesante es que “El Cocinero Que Quiero Ser” cayó en mis manos poco después de que Alison Roman me hiciera un “tocado y hundido” con su libro “Nada Sofisticado”. La principal premisa de esta autora es, fundamentalmente, que la cocina tiene que ser una fiesta. Siempre. Si estás solo en la cocina, móntate una fiesta en homenaje a ti mismo (algo que yo siempre aplico, por eso soy capaz de pasarme una hora cocinando en un martes cualquiera para prepararme un nuevo tipo de curry). Y si tienes invitados, relájate y comparte los festejos.
Hay un pasaje del libro de Roman que me tocó especialmente y en el que habla de que, cuando ella organiza comidas, le encanta que los invitados la pillen cocinando. Esto, durante mucho tiempo, fue uno de mis grandes miedos y uno de mis mayores estreses. Una verdadera pesadilla. Pero Alison comenta que el secreto para superar este temor está en asignar tareas a los comensales, ya sean como ayudantes en la cocina (“pélame estas patatas”) o como meros agentes de disfrutonería (“vete a la terraza a tomarte el primer vermut”). Y una cosa puedo decir: su fórmula funciona.
Ambos libros me han servido no solo para ampliar mi colección de recetas con platos realmente tremendos… Sino, sobre todo, para obligarme a aceptar que el cocinero que quiero ser es un cocinero sin tonterías y altamente gozón. Algo que espero que acabe sintiendo todo aquel que pase por mi mesa.
¿Tiene usted más de tres minutos?
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